El realismo mágico es la amabilidad de su gente, doy fe de ello tras caminar las calles de Aracataca y constatar la capacidad que tuvo el Gabo para fabular con artificios de brujo, de plasmar su tierra y costumbres.
El calor, el río, los amores contrariados, la mamadera de gallo, el tren, las hileras de bananos, el polvo, los almendros, los pájaros, la lluvia.
Para que algo sea universal, primero ha de ser local. La grandeza de un escritor está fundamentada en la capacidad de pintar la geografía donde echó raíces, sus colores, olores, sabores, tristezas, alegrías, luchas, su salvación o perdición, los buenos y malos entretenimientos del alma.
No vi diferencias entre Aracataca y Las Vegas (mi tierra), salvo por el honor que se le rinde a sus personajes, lo orgullosos que están de ellos, detalles que sirven de motor de crecimiento económico a un lugar que, a diferencia nuestra, a las 5:00 AM está moviéndose por todos lados.
Tal vez no en su totalidad, pero respetan el mandamiento obviado en las tablas de Moisés; aman a la naturaleza de la que forman parte. No arrojan sus excrementos al río Aracataca; nosotros contaminamos todo el Buen Pan y estamos haciendo lo mismo con el Tirgua que nos cobija de norte a sur.
Hay unos tres mil venezolanos en Aracataca; mientras hablaba con un caraqueño radicado allí hace seis años, alguien pasó y le dijo "qué hubo, chamo".
Erasmo trabaja con una bici taxi; hace transporte escolar desde muy temprano y asegura le da para vivir a pesar del alto costo de los servicios. Por su mente no pasa regresar; tampoco sentí en él eso que el poeta Francisco Aguiar llama "nostalgia de la tierra".
Mi viaje de Cúcuta a la tierra de Gabo culminó a las 4:30 AM; a esa hora dormían los choferes de tractomulas (gandolas) en la estación de servicio apostada a orillas de la Gran Troncal del Caribe. Una mototaxi me adentró en el ya despierto pueblo, donde hacía rato la señora Elsa vendía arepas y café. La conversadora mujer de unos 50 años me contó sobre su estancia hace nueve años en el pueblo. "Poquito antes de los años de escasez, me vine. Aquí están mis hijos y mi esposo. Cuando voy es solo para ver a mi mamá en Barinas; soy feliz".
Ante la cantidad de historias tristes de la diáspora, fue raro y conmovedor saber que unos paisanos se sienten bien lejos de su cielo, pero un cielo muy similar al de la patria.
Estar en Aracataca se parece a estar en Guanarito, donde todo lleva nombre de El Silbón. En este caso todo se llama Gabo o Macondo: las barberías, restaurantes, posadas, hoteles, abastos...
Trabajadores e indomables como Úrsula Iguarán; parranderos y hospitalarios como José Arcadio Segundo. Hay cosas sencillas de explicar: el realismo mágico es la gente de Latinoamérica.